31.1.11

A V.

Con nostálgica resignación y de corrido...


Allá va mi compañero de clausuras, transformando lo que fue, lo que vanamente escribía resignado, a veces con tal ponderación que la tinta no salía de sus manos. Desconozco cuando decidió olvidar, pero en la distancia le envidio la guapeza, o sólo ansío su inmanente cobardía.
Amo y esclavo de su destino, una persona más compleja, amistades versadas, condescendientes y fotogénicas, viajes, música, letras, quizá mujeres en las que ya no se reconoce patético, triste, tan indigno. Tal vez otras historias que contar (o las mismas reeditadas) ¿Habré cambiado yo también?
Quizá, pienso, sólo aprovechó el envión que le regaló la infalible locura. Se fue sin despedidas, sin que lo echaran. Resignó la mellada historia en pos de no volver por los viejos caminos, por las viejas fórmulas que le estallaban en la cara como hacían con sus sueños, sus ansias, su derecho a ser tenido en cuenta. Se burló del desconsuelo, o tal vez, en su obsecuencia, se entregó pacífico al designio de alguien más, un redentor, un brazo puro y noble que lo elevara hacia algo claro y distante.
¿Adónde te fuiste, amigo? – me pregunto. ¿Qué nombre vestirás ahora que parecés ser feliz?


“Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós."
– J. Cortázar

Gente que mira por la ventana

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