29.1.11

¿Y si de pronto en la entelequia de la rutina me forjara un mundo laberíntico en el que no sea nada más que ínfimas noctilucas yendo de aquí a allá? Un cuadro lleno de paredes rebeldes. Oscuridad, silencio. Pequeños trozos de pensamientos que floten sin ser juzgados, sin ser medidos, simplemente atendiendo al dictado de su propia y llana transparencia. 

Si eso llegara a ocurrir, ¿a dónde van a ir a parar las cartas, el mate amargo, los otros, el micro que pasa justo a las ocho y cuarto, el futuro, el perro que le ladra hasta al dueño, las rejas de la calle, la noción de estar perdiendo plata, la plata, las cosas que trae la plata (la cosas que se lleva), el apuro, la necesidad de no estar solo, las doce páginas de ese libro que abandoné, el árbol seco, la vereda sucia, el calor, el frío, la tarjeta del micro, las llaves, la vecina que limpia la vereda con la manguera? ¿de qué van a servir las monedas que hacen ruido en el bolsillo, la goma y el lápiz, las hojas en blanco, las ruedas de los autos (y los autos), la almohada, los cordones de las zapatillas, las piedras con la que me tropiezo, la función de la puerta, los lugares adonde no debo llegar tarde, los tubos de luz, la obsecuencia de siempre, la tristeza, las palabras, el insalubre café granulado?

Un cuadro lleno de paredes rebeldes. Oscuridad, silencio.

Gente que mira por la ventana

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